“Me atraían mucho las bienaventuranzas, sobre todo la primera y la última, que me animaban en los sufrimientos y contradicciones” (Sta. Emilia de Rodat).
¡Qué sabiduría la que tenía en aquellos tiempos nuestra querida santa!
Una sabiduría que seguro no procedía ni de libros ni de estudios y la profundidad que nos descubre dándole ánimo y haciéndola vida en su vida. Estudios teológicos de ahora nos señalan que la primera bienaventuranza tanto en Mateo como en Lucas es el resumen de las otras, podríamos decir, que fijándonos en ella, es suficiente.
¿Qué son para nosotros las Bienaventuranzas? No son mandamientos ni preceptos, son proclamaciones que anuncian y denuncian: que invitan a seguir un camino inusitado hacia la plenitud humana.
“Bienaventurados los pobres...”En esta primera proclamación nos encontramos ante una frase que nos lleva a dos vertientes:
1. La Gran Proclamación, el Anuncio, la Buena Noticia -¡Dichosos!-
2. Y los destinatarios preferidos, que nos muestran el camino donde está la dicha, la felicidad -¡Los pobres!-
Como sabemos, estas dos vertientes convergen en Jesús de Nazaret, ¿y en ti?
Jesús, con esta Bienaventuranza nos habla de la pobreza impuesta por la injusticia de los poderosos (de los ricos). Los que quisieran salir de esa pobreza pero no pueden son los que Jesús considera bienaventurados. Esto implica detenernos a reflexionar sobre “donarnos a los pobres” pues siempre se podrá dar más si vamos prescindiendo de tantas vanas necesidades que nos atribuimos en la vida. Porque no acabaremos con la pobreza si acallamos nuestras conciencias dando aquello que nos sobra; ser más bondadosos es poner o participar de otras luchas para que reine la justicia. La Bienaventuranza nos está proclamando que otro mundo es posible; un mundo que no esté basado en el egoísmo sino en el amor. ¿Puede ser justo que yo esté pensando en vivir como buen ciudadano consumista sin reflexionar sobre ello mientras millones de personas están muriendo de hambre por no tener ni un puñado de arroz, ni atención médica...?
Por lo que podemos decir que la pobreza es la puerta de entrada a la vida cristiana. En las dos versiones de las Bienaventuranzas (Mateo y Lucas), la pobreza asegura una participación en el Reino que Jesús vino a establecer. Los dos evangelistas, conjuntamente, nos dan luz para entender la antítesis pobreza-riqueza, y nos enseñan el verdadero rostro de la pobreza evangélica. El Papa Juan Pablo II, en su discurso inaugural de la Conferencia Episcopal Latinoamericana en Puebla, México, en 1979, nos dio la pista de comprensión de la correlación entre la pobreza y la riqueza que hace que la una sea bendita mientras la otra sea maldita: “hay ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres”. No solamente coexisten de manera simultánea riqueza y pobreza, la riqueza de unos no solamente se apoya en la pobreza de otros sino que la produce para poder mantenerse.
Así, la pobreza no es una virtud. La pobreza es una actitud interior. No es dichosa en sí la pobreza como tampoco es maldita en sí la riqueza. “La pobreza evangélica une la actitud de la apertura confiada en Dios con una vida sencilla, sobria y austera que aparta la tentación de la codicia y el orgullo” (1 Tim 6, 6-10). Se lleva a la práctica con la comunicación y participación de los bienes materiales y espirituales.
La pobreza voluntaria para el seguimiento de Cristo nos hace participar de la pobreza de nuestros hermanos y de la pobreza de Cristo quien, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro (2 Cor 8, 9; cf Mt 8, 20). La actitud para nosotros consiste en buscar por encima de todo el Reino de Dios y su justicia. El Reino no es solamente lo primero que tenemos que buscar (Mt 6, 33) sino lo único (Lc 12, 31).
Querer caminar o vivir como cristiano a la escucha del evangelio nos trae necesariamente una serie de consecuencias. Pues ser cristiano no es el que cree en Dios y cumple con las obligaciones religiosas. Ser cristiano es experimentar a Dios en la propia vida y compartir esa fe. Ser cristiano es ser discípulo de Cristo.
“Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Sabemos que Él no vino proclamándose rey sino que fue pobre y pequeño y como uno de tantos se ciñó la cintura y se puso a servir (cf Jn 13, 4ss). Así instauró el Reino de Dios, por lo que ser cristiano es estar al servicio del Reino. Son por tanto Bienaventurados los que ansían el Reino, los que anhelan otro mundo, que sí es posible... Los pobres son los que ansían el Reino, son los que viven en dos mundos a la vez: en el presente lleno de injusticia y en el futuro lleno de promesa. Hoy, Jesús vuelve a darnos sus ánimos, proclama y nos ilumina el camino a seguir porque el Anuncio siempre lleva implícito una denuncia: “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Lc 6, 20-23), “¡Ay de vosotros los ricos...!” (Lc 6, 24-26)
Siendo sinceros con nosotros mismos nos habríamos de cuestionar ahora: verdaderamente, mientras haya pobres, ¿la riqueza puede dar otra cosa que vergüenza? Evocando lo que María dijo a su prima Isabel -“¡Dichosa tú porque has creído!” (Lc 1, 45)- podemos decir dichoso tú que te has fiado del Padre, dichoso tú que luchas por otro mundo posible, dichoso tú que buscas ese Reino de Dios “que inicia y consuma la fe” (Hb 12, 2). Somos responsables de lo que creemos, vivimos y compartimos por lo que nos hacemos corresponsables de nuestro prójimo. ¡Animo a que nuestras actitudes manifiesten el Amor de Dios que hemos recibido! Y anunciemos y denunciemos con los mismos sentimientos de Jesús.
REFLEXIÓN PARA COMPARTIR EN EL APARTADO DE LOS COMENTARIOS:
- ¿Cómo vivió Jesús la pobreza?
(cf Lc 2, 1-7; Mt 17, 27; cf Lc 8, 1-3;cf Lc 2, 22-24)
- Jesús optó por el ser humano. No optó por los pobres, se hizo pobre. - ¿Qué dijo Jesús sobre la riqueza?
(Mt 6, 24-34; Mt 19, 16-30)
- ¿Cómo vivió la primera comunidad cristiana?
(Hch 2, 42-47)
-¿Constatamos en el evangelio que son los pobres de manera preferencial los que acogen el mensaje de Jesús como Buena Noticia?
Seguid Sus Huellas
L.C.R.
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